La respuesta

En 1954, Fredric Brown (1906-1972) publicó “La respuesta” (“Answer”). Brown fue un notable escritor estadounidense de ciencia ficción y misterio, conocido por su habilidad para crear historias ingeniosas y a menudo con un toque de humor. Su habilidad para escribir relatos extremadamente breves con finales sorprendentes queda demostrada en el relato que comentamos.

«La respuesta» explora, en un formato extremadamente breve, un tema de intensa profundidad. En esta historia, la humanidad construye una supercomputadora; al accionar el “interruptor conectaría, inmediatamente, todo aquel monstruo de máquinas computadoras con todos los planetas habitados del universo —noventa y seis mil millones de planetas— en el supercircuito que los conectaría a todos con una supercalculadora, una máquina cibernética que combinaría todos los conocimientos de todas las galaxias”. La ponen en marcha, y Dwar Reyn formula la primera pregunta, “una pregunta que ninguna máquina cibernética ha podido contestar por sí sola”: “¿Existe Dios?”.

“La impresionante voz contestó sin vacilar, sin el chasquido de un solo relé.

—Sí, ahora existe un Dios.

Un súbito temor se reflejó en la cara de Dwar Ev. Dio un salto para agarrar el interruptor.

Un rayo procedente del cielo despejado le abatió y produjo un cortocircuito que inutilizó el interruptor”.

La respuesta es tan sorprendente como provocadora, e invita a reflexionar sobre tres cuestiones fundamentalmente; las dos primeras serían la naturaleza de Dios y la relación entre la creación y su creador. Y la tercera, que es la que nos interesa aquí, tiene que ver, naturalmente, con la tecnología.

La historia plantea preguntas sobre la soberanía tecnológica y la ética en la era de la inteligencia artificial. En particular me gusta la ironía de que la humanidad sólo pueda asegurar la existencia de Dios mediante su propia creación tecnológica. Además, podemos ver en “La respuesta” una crítica a la arrogancia humana que queda a merced de una tecnología que tiene ahora la última palabra sobre el futuro de la inteligencia en el planeta.

El relato incide en la idea de un poder casi ilimitado que la tecnología puede alcanzar, y esto en 1954. Se nos plantea el riesgo inherente de la dependencia de la tecnología. Y deducimos incluso un paso más: el riesgo de una eventual obsolescencia del ser humano en la ecuación del poder: “Un rayo procedente del cielo despejado le abatió y produjo un cortocircuito que inutilizó el interruptor”. Se sugiere que la tecnología tiene el poder de usurpar completamente el lugar del hombre en el mundo.

Finalmente, «La respuesta» aborda la soberanía de la tecnología, un concepto que se manifiesta en la capacidad de la tecnología para funcionar y evolucionar independientemente de la intervención humana. Y, claro, esta soberanía plantea preguntas fundamentales sobre el futuro de la coexistencia humana y tecnológica, que son de una contundente actualidad: ¿puede la tecnología evolucionar a un estado en el que no solo resuelva problemas, sino que también cree y controle su entorno y, por extensión, a nosotros mismos?

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