En los últimos años se ha popularizado un término curioso dentro del mundo de la seguridad digital: wardriving. Aunque suene a jerga técnica, se trata de una práctica sencilla de comprender si se explica con ejemplos de la vida diaria. Imaginemos a alguien que recorre una ciudad en coche con una antena o simplemente con su portátil o su móvil, buscando redes inalámbricas abiertas o mal protegidas. Esa acción, que mezcla curiosidad con intenciones a veces dudosas, es lo que se conoce como wardriving.
Cuando encendemos el Wi-Fi de nuestro teléfono solemos ver una lista de redes disponibles. Algunas están protegidas con contraseña, otras no. El wardriver hace lo mismo, pero con herramientas especializadas que no solo detectan las redes, sino que también pueden registrar su ubicación en un mapa gracias al GPS. El objetivo puede ser simplemente elaborar un registro de puntos de acceso, como si fuera un censo digital, o bien localizar redes abiertas para aprovecharse de ellas. En sus inicios, allá por comienzos de los años 2000, la práctica incluso se acompañaba de una moda llamada warchalking: se trataba de dibujar con tiza en las aceras símbolos que indicaban dónde había hotspots disponibles, de manera que otros usuarios pudieran conectarse. Era una especie de graffiti tecnológico.
Las herramientas utilizadas fueron variando con el tiempo. Programas como NetStumbler, SWScanner o Kismet permitían a los curiosos detectar señales y registrarlas, mientras que aplicaciones más avanzadas ofrecían un análisis detallado de lo que ocurría en el aire. Con estos programas, el wardriver podía recorrer calles y barrios enteros descubriendo redes Wi-Fi que, en muchos casos, no contaban con las medidas mínimas de seguridad Wi-Fi. De hecho, en la primera década del siglo XXI era común encontrar routers Wi-Fi sin contraseña o protegidos con métodos muy débiles.
El vínculo entre wardriving y hotspot resulta evidente. Un hotspot no es más que un punto de acceso a Internet, como los que vemos en cafeterías, bibliotecas o aeropuertos. Estos espacios ofrecen Wi-Fi público para facilitar la conectividad, pero también se convierten en lugares atractivos para quienes buscan redes inalámbricas fáciles de explorar. La diferencia es que mientras el usuario promedio utiliza un hotspot de manera legítima, el wardriver puede intentar aprovecharlo para otros fines, desde navegar sin dejar rastro hasta espiar el tráfico que circula por esa red.
Aunque el wardriving pueda sonar a una actividad de película, en realidad fue durante años una práctica relativamente extendida entre aficionados a la tecnología. Algunos lo hacían por pura curiosidad, otros con un interés más científico, tratando de comprobar cuántas redes en una ciudad estaban protegidas correctamente. Pero también existían quienes usaban esta técnica para acceder sin permiso a servicios de Internet ajenos, lo cual ya entra en el terreno de lo ilegal. Con el tiempo, las medidas de seguridad mejoraron: hoy la mayoría de los routers Wi-Fi domésticos utilizan protocolos como WPA2 o WPA3, que hacen mucho más difícil la tarea de colarse en una red inalámbrica.
La importancia de hablar del wardriving está en la lección que deja para todos. Si una persona sin grandes conocimientos técnicos podía recorrer calles y localizar redes abiertas, significa que nuestras conexiones inalámbricas son tan seguras como la protección que les damos. Configurar una contraseña robusta, mantener actualizado el router y evitar el uso de redes abiertas para operaciones sensibles son medidas básicas que cualquiera puede aplicar. No es necesario ser experto para comprender que, en el mundo digital, la protección de la red doméstica empieza en casa.
El wardriving se convirtió en una especie de símbolo de transición: mostró cómo la popularización del Wi-Fi abrió oportunidades inmensas de conectividad, pero también nuevas amenazas que antes no existían. Hoy en día, aunque ya no sea tan popular como hace veinte años, su recuerdo sirve para explicar de manera sencilla qué ocurre cuando dejamos nuestra red inalámbrica sin protección: siempre habrá alguien, en coche, en bicicleta o simplemente caminando, dispuesto a escuchar lo que circula por el aire.



